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Claudio Caprile: "Perder facultades no significa resignarse"

Por Claudio Caprile


A mediados de 2019, sufrí una disminución en mi salud que me obligó a recorrer la vida con menos herramientas que las que cuenta un cuerpo pleno, debiendo adaptarme a determinadas circunstancias para acercarme lo más posible a lo que hacía, procurando recuperar lo que era.

Meses antes de la declaración de pandemia y la implementación de la cuarentena, tuve una cerebelitis, la inflamación del cerebelo, cuya función es procesar la información proveniente de otras áreas del cerebro, de la médula espinal y de los receptores sensoriales, con el fin de indicar el tiempo exacto para realizar movimientos coordinados y suaves del sistema muscular. Controla el equilibrio, el movimiento y la coordinación del trabajo habitual que nuestro cuerpo realiza sin requerir de nuestra voluntad, como respirar, los movimientos requeridos para caminar y tantos otros que nuestro cerebro ordena.


Una situación estresante de años anteriores, desembocó en la pérdida de la salud como la conocía, dejando como secuela cierta limitación para caminar, cosa que puedo hacer con lentitud y cansancio; lo más valioso, es que puedo.

Caminar rápido, correr, jugar al tenis, practicar deportes náuticos y tantas otras acciones que disfrutaba y daba por supuestas, las perdí de un día para otro.


Perder facultades no significa resignarse. Como católico practicante, sumo mi fe a la rehabilitación indicada por médicos especializados. Acepto lo que me ocurrió —mirando a mi alrededor diría que es mínimo—pero mi voluntad está concentrada en recuperarme y también en compensar lo que hoy no puedo continuar haciendo, con otras cosas que sí. Los deportes significan mucho. Intelectualmente, no leo como antes hacía, pero escribo muchas horas a diario, cuentos, novelas y experiencias de vida.


Este soy yo, quien requiere aclarar varias cuestiones, quien a medida que más consciente es de su situación, más necesidad tiene de solidarizarse con otros que padecen similares circunstancias.


Siento que debo hacer algo para remediar las falencias que tiene la sociedad para con nuestro estado. Lo primero, es describir y definir nuestro status.


Cuando me sentí mejor, usé mi energía para saber cómo catalogarme. Busqué en Google qué era una discapacidad, si había distintos grados, qué trataban las leyes sobre el tema, qué beneficios aparejaba, qué derechos emergían y qué medios de protección y contención existían; cómo debían comportarse las obras sociales y cualquier organización que brinde servicios y medicamentos.


De su lectura advertí espacios por llenar, soluciones parciales y un tratamiento muy impersonal; cuando las leyes y los derechos tratan cuestiones que afectan a las personas en su humanidad, deben ser comprensivas, consideradas, sencillas, simples y carentes de la estructura burocrática en la definición del objetivo. Debieran ser indiscutibles y no prestarse a interpretaciones que puedan menoscabar los derechos de los receptores.


Se trata de la situación de la persona que, por sus condiciones físicas, sensoriales, intelectuales o mentales, sean temporales o permanentes, encuentra dificultades para su inclusión en la vida social y comunitaria.


El objetivo de todo lo elaborado alrededor de una capacidad diferente —creo que es el concepto más adecuado para utilizar, por no ser lesivo y gozar de elegancia verbal—es que esa persona note la menor diferencia posible con su vida tal como era. Es facilitarle las cosas para que logre la mayor independencia acorde a su estado. Se trata de accesibilidad física, de comprensión y de sencilla percepción. Ello requiere adaptabilidad a las distintas circunstancias que limitan a las personas de las que estamos hablando.


Trámites en reparticiones públicas, locales comerciales y empresas privadas, espectáculos de cine, teatro, muestras de arte, bares y restaurantes, museos, instituciones, deben ser accesibles, evitando barreras de cualquier tipo para el ingreso.


Un menú en Braille, un espacio cómodo para una silla de ruedas, un sanitario bien ubicado, un ascensor, interpretación para sordos y muchos más casos, hacen caer las barreras que obstaculizan el acceso.


En ocasiones, me pareció que había que utilizar una silla de ruedas para ser considerado; usar un bastón, caminar mal, carecer de un sentido, no era suficiente para un trato especial. El desconocimiento, la falta de cultura, la carencia de empatía y más, inhiben a las personas para que se enfoquen, respeten y sean condescendientes solidarizándose con quienes lo necesitan. Por otro lado, también existe lo opuesto, la calidez de la comprensión y la ayuda. Cosas simples se convierten en desafíos. Cruzar una calle, es una aventura. Encontrar una vereda en condiciones, un imposible. Hallar bajadas en las esquinas para sillas de ruedas, algo escaso.


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