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El usuario, en el corazón de las transiciones energéticas

Luciano Caratori es consultor internacional e investigador del Centro de Estudios en Cambio Climático Global de la Fundación y el Instituto Torcuato Di Tella. Fue Subsecretario de Planeamiento Energético y Director Nacional de Información Energética de Argentina, y asesor del Vicepresidente de la Comisión de Minería, Energía y Combustibles del Honorable Senado de la Nación.

La discusión sobre las transiciones energéticas se ha vuelto omnipresente en las discusiones públicas sobre política energética, el futuro del negocio de la energía y la descarbonización, muchas veces desde ópticas divergentes, y generando discursos eminentemente posicionales y en ocasiones defensivos, con cierto sesgo hacia las barreras y los potenciales impactos negativos asociados con estos procesos de cambio, más que con las oportunidades que generan para los mismos actores.


Si bien “Transición(es) energética(s)” no es sinónimo de “descarbonización”, en el contexto de la acción climática global los conceptos se encuentran íntimamente relacionados: las emisiones vinculadas con la producción y el uso de la energía representan actualmente alrededor del 75% de las emisiones globales, y en nuestra región representan el 45% de las emisiones.


Es por esto que en el caso de las transiciones que actualmente atravesamos estos cambios significativos que se requieren están signados principalmente por la sustitución de fuentes de energía altas en emisiones de gases de efecto invernadero por otras fuentes bajas en emisiones, pero a su vez por la búsqueda de incidir sobre el comportamiento de la demanda y por proveer los mismos servicios energéticos utilizando una menor cantidad de recursos, lo que conocemos como eficiencia energética.


Las grandes líneas de acción para descarbonizar el sector energético pueden sintetizarse en “reducir, electrificar, descarbonizar y sustituir”: reducir mediante eficiencia energética y descentralización de la generación los consumos finales y las pérdidas de los recursos necesarios para satisfacer las necesidades y el confort de la población y de la economía; electrificar la mayor parte de los usos que sea posible; descarbonizar las fuentes utilizadas para la generación eléctrica, y sustituir los usos finales remanentes de mayor dificultad de electrificación con fuentes de bajas emisiones, como los biocombustibles y el hidrógeno.


La crisis climática exige que estas transiciones sean rápidas, a escala global y a un ritmo que tiene pocos precedentes históricos, pero a su vez consistentes entre las transformaciones en la oferta y aquellas que ocurren en la demanda para evitar descalces entre ambas, que tienen fuerte impacto en los precios y en las cantidades de energía disponible para los usuarios e interacciones con otros mercados, como el de los alimentos.


Hasta hace poco tiempo, el foco de las discusiones vinculadas con las transiciones energéticas estaba puesto en gran medida en qué podían hacer los Estados para catalizarlas, con una constelación de actores esperando a ser estimulados para adoptarlas. No obstante, la materialización, la velocidad y la naturaleza de las transiciones dependen en gran medida de la interacción compleja entre las decisiones de actores de la oferta, la demanda y de su entorno, y cada vez más de los cambios en las preferencias de los inversores y de los consumidores.


Los servicios energéticos del futuro podrían virar de ser utility-céntricos a girar en torno a un consumidor cada vez más informado y activo no solo en sus preferencias y decisiones de compra, sino también en su rol dual de consumidor-productor vía desarrollos paralelos en términos de transformación digital y de descentralización de los sistemas que le permitan interactuar con la red generando flujos adicionales de energía, de información y de dinero.


Es por esto que el desarrollo de la infraestructura que sea capaz de atender a estas nuevas demandas y contribuir a derribar o relajar las barreras para la transformación genera grandes oportunidades de inversión en toda la cadena, y en particular en aquellos segmentos en los que estas inversiones puedan habilitar la penetración de nuevos modelos de negocio y tecnologías, incluyendo aquellas que puedan brindar mayor flexibilidad a los sistemas, acelerando y aprovechando las transiciones en curso.


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