La agricultura protagoniza un doble rol en el cambio climático, siendo responsable de un tercio de las emisiones y uno de los sectores que más sufre las consecuencias del calentamiento global. Tal es así, que la Conferencia de Naciones Unidas sobre Cambio Climático de 2022 designó por primera vez un espacio especial para debatir sobre los desafíos del sector. A esto se suma el desafío de aumentar la producción global en un 50% para alimentar al mundo en 2050.
Estas cuestiones obligan a repensar los sistemas agroalimentarios: estos deben ser capaces de producir más alimentos, fibras y bioenergías con menor huella de carbono.
En esa línea, Argentina y la región tienen una oportunidad única. Nuestro país es líder global en la adopción del sistema de siembra directa: un modelo de producción que maximiza el secuestro de CO2 de la atmósfera para transformarlo en biomasa a través de la fotosíntesis y capturarlo bajo formas orgánicas en el reservorio de carbono terrestre más grande del planeta: el suelo.
Esta forma de producir se basa en prácticas como la NO labranza, la rotación de cultivos y la promoción de la biodiversidad, la nutrición balanceada y la adopción de herramientas (como los llamados cultivos de servicios) que brinden servicios de recuperación y cuidado del ecosistema.
El sistema de siembra directa nos posiciona además como nación líder en la protección del suelo, logrando la mayor reducción en el riesgo de erosión. Este es un punto no menor si pensamos que, al ritmo actual, nos restan solo 30 cosechas hasta haber degradado el 90% de los suelos del mundo.
¿Qué necesitamos para posicionar nuestro modelo de producción en la escena global? Primero, tejer redes: redes de innovación colaborativa entre productores, investigadores y el sector privado para desarrollar y adaptar soluciones a cada ambiente y necesidad. Esas redes deben traspasar las fronteras para alcanzar otros países de Latinoamérica, donde estos modelos también se aplican, y hacernos de los aliados necesarios para que la “voz del Sur” cobre fuerza.
También necesitamos redes que traspasen las tranqueras del campo, e incorporen a todos los actores del sector agroalimentario: industria, exportadoras, empresas de consumo masivo, instituciones, etc., como la única forma para impulsar cadenas de agroalimentos, fibras y energías de baja huella. Pero también debemos ser capaces de dar garantías de esa menor huella de Carbono. En eso, Argentina también hace punta: hace años que instituciones como Aapresid vienen ajustando indicadores para medir balances de emisiones e impulsando esquemas de certificación que legitimen esta forma de producir.
Estas herramientas son clave para llegar a los consumidores, que con sus hábitos de consumo también son protagonistas a la hora de modelar sistemas agroalimentarios climáticamente inteligentes.
Por último, necesitamos de políticas que aporten previsibilidad y un marco estable para hacer lo que mejor sabemos hacer: ser referentes en producción sustentable, innovación tecnológica y en red.