Áreas protegidas: un abordaje sobre cómo se relacionan con las actividades humanas, su impacto en el desarrollo comunitario y desafíos.
Áreas protegidas
Según el Convenio sobre la Diversidad Biológica, un área protegida es un “área definida geográficamente que ha sido designada o regulada y es administrada a fin de alcanzar objetivos específicos de conservación”. Otra definición, provista por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, la define como un “espacio geográfico claramente definido, reconocido, dedicado y gestionado a través de medios legales u otros medios específicos con la finalidad de lograr la conservación a largo plazo de la naturaleza y sus servicios ecosistémicos y valores culturales asociados”. Pueden ubicarse dentro de la categoría de área protegida a los parques nacionales, las reservas naturales, los paisajes protegidos o las áreas marinas protegidas, entre otros.
En Argentina, el Sistema Federal de Áreas Protegidas consiste de un total de 557 áreas protegidas que abarcan en su conjunto 46 millones de hectáreas y representan el 16,61% del territorio nacional continental.
En cualquier lugar, la gestión de las áreas protegidas implica hacer frente a diversos desafíos en función de fenómenos tales como la presión de las actividades humanas, la sobreexplotación de los recursos naturales y la expansión urbana, por lo cual se torna crucial fomentar su conservación, con un activo involucramiento de las comunidades locales.
Áreas protegidas y actividades humanas
Las comunidades locales, en tanto conocedoras del medio y de sus recursos naturales y proveedoras de fuerza de trabajo, son actores importantes a tener en cuenta en el manejo y la conservación de las áreas protegidas. Éstas pueden impactar favorablemente en el desarrollo económico de la comunidad mediante la creación de empleos vinculados al ecoturismo o la venta de productos locales, así como también contribuyen a preservar su patrimonio cultural, por lo que es necesario un involucramiento activo a través de mecanismos de gobernanza participativa en los asuntos relacionados con dichas áreas.
Por otro lado, ecoturismo y áreas protegidas están estrechamente vinculados en tanto éstas suelen ser espacios donde se genera dicha actividad, la cual tiende a contribuir al desarrollo de la comunidad en sus múltiples dimensiones, generando empleos y fomentando la cultura local. Sin embargo, de no ser adecuadamente planificada y gestionada, la actividad turística puede atentar contra la conservación y la sostenibilidad del área protegida.
La relación entre áreas protegidas y sistemas productivos es algo más compleja, pero no imposible. Determinadas actividades como la agricultura o la ganadería constituyen medios fundamentales para la subsistencia de las comunidades locales, pudiendo en muchos casos generar impactos negativos, tales como degradación de los suelos, deforestación o contaminación. La industria extractiva de recursos naturales y los proyectos de infraestructura también pueden tener los mismos o similares efectos. Por todo ello, es preciso promover estrategias que minimicen el impacto ambiental, como pueden ser los planes de concientización, ciertas técnicas de producción, el uso de tecnología verde, regulaciones ambientales estrictas o la compensación.
Algunos casos
Para fomentar actividades como el ecoturismo en áreas protegidas, los Estados pueden desarrollar proyectos y programas específicos. Costa Rica, por ejemplo, posee un Programa de Turismo Sostenible, y desde 2011 hasta 2016 llevó a cabo el proyecto “Fortalecimiento del programa de turismo en áreas silvestres protegidas”.
Al mismo tiempo, se hacen necesarias la supervisión, la gestión y la regulación de las actividades humanas dentro de las áreas protegidas a través de legislaciones y organismos. Un ejemplo es Australia, que desde 1975 cuenta con la Autoridad del Parque Marino de la Gran Barrera de Coral,
Argentina tiene desde 2005 un Plan Federal Estratégico de Turismo Sustentable. Dentro de la provincia de Santa Fe, un caso emblemático es el humedal Jaaukanigás, donde el ecoturismo contribuyó favorablemente al desarrollo económico local a través del aumento de las inversiones privadas y la creación de puestos de trabajo dentro del sector hotelero.