En la constante mutabilidad del entorno que nos rodea, resulta necesario tomar una pausa y adentrarnos en lo invisible a primera vista. ¿Cuál es el impacto ambiental del empleo de las herramientas digitales?
En estos tiempos, la humanidad está sumergida en una infinita búsqueda de la evolución digital. Es así como nos encontramos trasladando toda nuestra información, archivos, fotos, videos, juegos y demás, al reino intangible de la nube, abandonando los tradicionales soportes de datos, como el papel, discos, entre otros. De esta forma, podemos portar bibliotecas y archivos enteros en la palma de nuestras manos, y acceder a ellos de forma inmediata en cualquier momento y desde casi cualquier coordenada del globo.
Sin embargo, por más etérea que parezca, la “nube” tiene una ubicación física concreta donde se almacenan todos los datos que se despliegan en la red. El emplazamiento, comúnmente llamado centro de datos, consiste principalmente en un conjunto de servidores informáticos, equipos de almacenamiento y componentes necesarios para su funcionamiento, tales como sistemas de refrigeración y suministro de energía. La infraestructura que ofrecen estos centros proporciona un entorno seguro y confiable para que toda la información que vuelca la civilización en la vasta red del internet pueda ser procesada, almacenada, distribuida y gestionada para garantizar el acceso continuo a la inmensidad del conocimiento y a la comunicación que define a esta era.
A modo de ejemplo, podemos citar plataformas como Netflix o Spotify, que a través de dichas tecnologías proporcionan al usuario acceso a todo el contenido de su repositorio en solo segundos. Pero no solo las grandes compañías hacen uso de ello: hoy en día la mayoría de las empresas, bancos, hospitales y demás instituciones cuentan con centros de datos, ya sean propios o tercerizados.
Como es de esperar, para abastecer a la inmensidad del público digital, hay miles de estos centros, y los equipos necesarios para su operación requieren cantidades significativas de agua para ser refrigerados y de energía para alimentar ya sea el hardware (servidores, unidades de red, etc.) como la infraestructura de soporte (sistemas de refrigeración, por ejemplo).
Lo que las investigaciones científicas nos revelan Las necesidades energéticas e hídricas del funcionamiento de estos centros son proporcionales a su impacto ambiental. En una serie de estudios de casos del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) sobre Responsabilidad Social y Ética de la Informática, el antropólogo Steven González Monserrate afirmó que en la actualidad “la huella de carbono de la nube es mayor que la industria de las aerolíneas”. En números, un solo centro de datos puede llegar a consumir la electricidad equivalente necesaria para abastecer 50.000 hogares y, a nivel global, puede representar hasta un 1% de las emisiones totales de carbono. Si ampliamos nuestra consideración para incluir dispositivos en red como computadoras, smartphones y tablets, el porcentaje se convierte a un valor que oscila entre el 2% y 3,5% (e incluso algunos autores sostienen que podría ser hasta el 7%) de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Sin embargo, en algunas regiones, este porcentaje supera ampliamente el promedio. Por ejemplo, la Agencia Internacional de la Tecnología (IEA) reportó que en Irlanda el uso de electricidad del centro de datos ha más que triplicado desde 2015 y representa el 14% del consumo total de electricidad en 2021. Por otro lado, en Dinamarca se espera que el uso de energía del centro de datos se triplique para 2025 y represente aproximadamente el 7% de la electricidad del país.
En este contexto, muchas empresas ya han comenzado a tomar medidas. Por ejemplo, Google y Microsoft han anunciado objetivos para el año 2030 de obtener el 100% de la energía utilizada en sus centros de datos a partir de fuentes renovables. Además, gracias a la gestión mejorada de los datos y a la evolución de la tecnología digital, se han logrado grandes progresos en la eficiencia energética y el desarrollo de energías renovables, minimizando sus impactos asociados y el del resto de los sectores.
En este marco, si bien nos encontramos lejos de la reducción a cero de gases de efecto invernadero, al menos se ha desacelerado en cierta medida el crecimiento exponencial del consumo de energía en este sector. Sin embargo, como se mencionó anteriormente, las emisiones que representa la industria de las telecomunicaciones y el tráfico digital siguen siendo relevantes en el camino hacia la descarbonización y el desarrollo sostenible. Una nueva preocupación ambiental: la inteligencia artificial (IA)
La inteligencia artificial no se encuentra exenta del uso de centro de datos y, en el auge reciente que atraviesa esta nueva herramienta, comenzaron a surgir estudios sobre las grandes cantidades de flujo de datos que se requieren para su entrenamiento y el impacto ambiental asociado.
Un reciente estudio, que se encuentra actualmente en proceso de revisión, llevado a cabo por la Universidad de California y la Universidad de Texas en Arlington, reveló que el entrenamiento del modelo de IA GPT-3 en los data centers de Microsoft en EE. UU. podría requerir hasta 700,000 litros de agua dulce limpia. Y si se realizara en los centros de datos asiáticos de la empresa, el consumo de agua se triplicaría. Asimismo, se estima que una conversación de 20 a 50 preguntas con un chatbot de inteligencia artificial (IA) puede consumir medio litro de agua. Teniendo en cuenta lo recién mencionado y el gran número de usuarios de estos sistemas, la huella hídrica total resulta ser de dimensiones extremadamente significativas.
¿Hacia dónde vamos? El desarrollo tecnológico y sus implicancias son necesarios para nuestra evolución como sociedad. Sin embargo, teniendo en vista el crecimiento imparable y constante del sector, es fundamental reconocer que sus avances no están exentos de consecuencias ambientales. En este sentido, es imperativo que estas cuestiones no queden fuera de la agenda hacia el desarrollo sostenible, entendiendo que más allá de lo que ven nuestros ojos hay un mundo que opera todo lo que nos es invisible.
El camino a seguir ya está siendo trazado por algunas de las principales empresas y emprendimientos líderes en el ámbito. Sin embargo, esto no es suficiente si pretendemos alcanzar las metas ambiciosas e ineludibles establecidas a nivel global para lograr la neutralidad de carbono en las próximas décadas. Es imprescindible acelerar el ritmo de transición, ya que nuestro planeta está experimentando cambios significativos y la temperatura global continúa en aumento.