Mientras la guerra en Gaza continúa, también lo hace la devastación ambiental. La operación militar exacerba la crisis climática, dejando una huella ecológica que podría ser irreparable.
Han pasado más de 200 días desde el inicio del conflicto entre Israel y Hamas, y las cifras proporcionadas por la Autoridad Palestina son alarmantes: 35.000 palestinos asesinados, más de 70.000 heridos y aproximadamente el 70% de la infraestructura civil destruida. Sin embargo, la ofensiva israelí parece estar lejos de alcanzar su objetivo principal: eliminar a Hamas de la Franja de Gaza.
Las devastadoras consecuencias de los bombardeos en el enclave palestino han sido tema de discusión durante los últimos 7 meses, no solo por el sufrimiento directo de la población civil, sino también por la feroz destrucción ambiental que genera a su paso.
La ofensiva de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) emplea diversas metodologías que agravan la emergencia climática, incluyendo bombas, misiles balísticos, vehículos terrestres, aviones de combate y vehículos no tripulados de alta tecnología. Estos métodos no solo infligen un daño devastador en Gaza, sino que también contribuyen significativamente a la destrucción ambiental, exacerbando una crisis ecológica que se encuentra en estado crítico.
El costo climático: daños irreversibles
Un estudio publicado por Benjamin Neimark junto a otros investigadores ambientales reveló que, apenas 60 días de iniciada la guerra, las emisiones de CO2 generadas por Israel a causa de la operación militar habían generado más contaminación que las 20 naciones más vulnerables al cambio climático en un año.
Concretamente, las operaciones aéreas, los vehículos terrestres, la fabricación y explosión de bombas, la artillería y los misiles utilizados en tan solo 2 meses equivalen a la combustión de al menos 150.000 toneladas de carbón.
Sumado a esto, Human Rights Watch (HRW) y otras agencias han confirmado que Israel ha utilizado “fósforo blanco”, un compuesto considerado un arma química que se encuentra prohibido en virtud del Protocolo III de la “Convención de Armas Químicas” de 1994, no sólo por el daño que causa en las personas, sino también por sus devastadores efectos en el medio ambiente debido a que destruye el suelo, contamina el agua y envenena los ecosistemas acuáticos.
Esta situación se agrava aún más al considerar que, una vez finalizado el conflicto, la Franja de Gaza deberá iniciar un largo y tedioso proceso de reconstrucción de su infraestructura destruida. Una investigación de las Naciones Unidas asegura que tan solo la reconstrucción de 100.000 edificios en Gaza, con las técnicas de construcción actuales, generaría al menos 30 millones de toneladas métricas de gases de efecto invernadero, lo que equivale al total de las emisiones de CO2 anuales de países como Uruguay o Nueva Zelanda.
Según la directora de Calidad Medioambiental de la Autoridad Palestina, Nasreen Tamimi, el impacto ambiental de la guerra en Gaza es "catastrófico", y añade que una evaluación medioambiental exhaustiva sobre el terreno demostraría que los "daños superan todas las predicciones".
Si bien ciertas investigaciones han detallado que los aparatos militares son responsables de casi el 5,5% de las emisiones mundiales anuales de CO2, en este caso estamos frente a una situación más compleja. No solo las emisiones de dióxido de carbono agravan la situación climática, sino que también se está produciendo una contaminación indiscriminada de los recursos naturales, incluyendo el suelo, el agua y la calidad del aire.
La calidad de vida en Gaza: un escenario desalentador.
Un informe de la Conferencia de Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (UNCTAD) afirma que las condiciones socioeconómicas en Gaza se han deteriorado al punto de convertir al enclave en una “zona inhabitable". Esto se debe, en parte, a que los gazatíes se han visto desprovistos de sus necesidades básicas a causa de la destrucción total o parcial de los servicios esenciales.
La destrucción de redes de saneamiento ha provocado el vertido de aguas residuales al mar y a las calles de Gaza, generando encharcamientos altamente contaminantes que afectan no solo el suelo y las aguas subterráneas, sino también la vida de las personas. Actualmente se estima que existen, según el Ministerio de Asuntos Exteriores de la Autoridad Palestina, 410.000 casos de gastroenteritis y 760.000 casos de infecciones respiratorias agudas que, según distintos expertos, son producto de la extrema situación que se está viviendo allí.
No solo el sistema de sanidad se ha visto afectado. Las zonas agrícolas también han sido el objetivo de las Fuerzas de Defensa de Israel. Aproximadamente el 25% del territorio en Gaza era tierra cultivable; sin embargo, se estima que este número se ha reducido abruptamente a menos de un 5% Un informe presentado por HRW reveló, a través de imágenes satelitales, que las fuerzas terrestres israelíes están arrasando sistemáticamente huertos, campos e invernaderos palestinos, creando un desierto de suciedad y contaminación.
Inclusive informes oficiales de Israel afirman que las FDI han comenzado a inundar los famosos “túneles subterráneos” de Gaza con agua de mar, lo que podría provocar una “catástrofe ecológica” a largo plazo debido a que la sal marina destruye las tierras cultivables y contamina el agua potable.
¿Considera Israel el impacto climático?
Desde las atrocidades cometidas por Hamas el 7 de octubre del 2023, el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, ha dejado en claro su objetivo: erradicar a Hamas de la Franja de Gaza y liberar a todos los rehenes. Si bien las capacidades militares de Israel son significativas y se han producido ciertos avances, los daños colaterales son críticos.
A pesar de que la operación “Espadas de Hierro” (como ha sido apodada por Israel) se encuentra posiblemente transitando su “fase final” y los bombardeos han disminuido, la incursión terrestre sigue activa y los daños colaterales siguen en ascenso.
En este sentido, distintos funcionarios como Giora Eiland, ex jefe del Consejo de Seguridad Nacional israelí, han realizado declaraciones públicas llamando reiteradamente a “hacer Gaza un lugar inhabitable” y reafirmando la necesidad de provocar una “crisis humanitaria que imposibilite a ningún ser humano vivir en dichas tierras”. Esto demuestra la voluntad de Israel de considerar el daño ambiental como un objetivo colateral aceptable y necesario para cumplir sus propósitos.
De esta manera, la incursión militar ha resultado en una devastación ambiental masiva, agravada por la destrucción de infraestructura esencial y el uso de armamentos prohibidos. La magnitud de los daños, incluyendo la destrucción de los recursos naturales y la contaminación generalizada, evidencia que las consideraciones climáticas han sido dejadas de lado en favor de los objetivos militares.