
La ciencia nos dice que el planeta se encuentra en promedio 1,1°C más caliente que en los tiempos pre-industriales. Los eventos climáticos extremos continúan aumentando a lo ancho y largo del mundo, sin reconocer fronteras.
Sin ir más lejos, la prolongada sequía histórica que afecta a la Argentina desde hace tres años y está ocasionando grandes pérdidas para el sector agropecuario y agudizando los incendios forestales representa una triste realidad que los argentinos sufren en carne propia. Para peor, ha provocado una bajante histórica en el río Paraná, afectando las fuentes de agua potable, la navegabilidad y logística. Según un reciente informe internacional, Buenos Aires se encuentra entre las 50 ciudades que más daños materiales sufrirán por la crisis climática a causa de los efectos de inundaciones y olas de calor cada vez más intensas.
Cuando los líderes del mundo se reunieron en Glasgow (Escocia) en noviembre de 2021 para participar de la COP26 presidida por el Reino Unido, vimos a los países comprometerse a acelerar la reducción gradual de la energía del carbón, terminar con la financiación de combustibles fósiles, detener y revertir la pérdida de bosques y la degradación de la tierra, acelerar el cambio a vehículos eléctricos, comprometerse a reducir las emisiones globales de metano para 2030 – todo esto, para alinearnos con una trayectoria de 1,5°C.
Sin embargo, el objetivo de no superar 1,5°C seguirá siendo débil hasta que el Pacto Climático de Glasgow pase de las palabras a la acción y el progreso sea tangible. Esto implica en primer lugar, la continua revisión y fortalecimiento por parte de los países (particularmente, los mayores emisores) de sus compromisos de reducción de emisiones respaldados con planes de entrega claros y un progreso real sobre el terreno, con la ambición de que las emisiones alcancen su punto máximo antes de 2025.
En segundo lugar, es necesario acompañar a los países vulnerables al cambio climático asegurándonos de que se cumplan los compromisos sobre adaptación y pérdidas y daños. Y, en tercer lugar, debemos asegurar la movilización de mayores flujos y fuentes de financiamiento climático, incluyendo gobiernos, la banca de desarrollo multilateral e instituciones financieras privadas para garantizar un mayor acceso a financiamiento crítico requerido para implementar medidas.
Para avanzar de manera acelerada en este sentido, el Reino Unido entiende como esencial el trabajar en asociación con países en desarrollo de rápido crecimiento y economías emergentes. Por ejemplo, en países como Sudáfrica e Indonesia el Reino Unido ha impulsado la creación de Alianzas para la Transición Energética Justa (JETP) que reúnen actores público-privados y que colocan la equidad en el centro de la transición del carbón a la energía limpia.
Frente al presente contexto internacional, la seguridad climática hoy se ha convertido en sinónimo de energía, de alimentos y de seguridad nacional. Llevar a la acción los objetivos climáticos es cada vez más imprescindible para proteger a las personas, el ambiente y las economías. El Reino Unido está comprometido a desempeñar un papel de liderazgo en el escenario mundial y a trabajar en alianza con la Argentina para abordar el cambio climático.
Mercedes Esperón
Coordinadora de Cambio Climático
Embajada Británica Buenos Aires